sábado, 16 de octubre de 2010

Escribiendo sin experiencia


Escribiendo sin experiencia

SIN TÍTULO 001

5 de abril de 1998, una niña de 15 años vuelve del colegio a las 6 de la tarde. Mientras le entrega una cálida sonrisa a su mejor amiga en la esquina en la que se separan cada tarde hasta el medio día siguiente, Belgrano y Alem, un hombre la mira atentamente desde su auto.

Mariana, aquella muchacha, sigue caminando con tranquilidad por el centro, no puede esperar llegar a su casa para ver su novela preferida, esperaba no llegar tarde. En el camino solo frena dos veces, una para juntar un papel del piso y tirarlo a un tacho y otro para acariciar a un perro recostado en el jardín de una casa. Mariana, una buena ciudadana, vegetariana desde los doce, amante de los animales, especialmente pájaros, sabe cada nombre y cada sonido, sumamente sociable, una buena alumna, una personalidad única, una chica con futuro. Cuando uno lo piensa así, es cierto que lo peor le sucede a los ángeles terrenales.

Ese hombre que la vio despedirse la sigue de cerca con su auto, calcula cada movimiento, lo planeó hace unos días cuando la vio pasearse con su pollerita del uniforme por esas mismas calles, lo analizó bien. Está preparado.

De pronto, sin saber cómo, esa dulce muchacha se encuentra en el auto del hombre, ha sido arrastrada, todo ha sido muy rápido. Estaba a solo unas cuadras de su casa, el barrio parecía vacío, nadie la escuchó gritar. Sus gritos parecían desvanecerse en la tranquilidad de las afueras de la ciudad, a donde fue llevada.

Pasó una hora, la niña ya no gritaba, ya no lloraba, sabía su futuro. Estaba sola desde que el auto había frenado, él se había bajado, sabía que ya nadie la escucharía, estaba encerrada en el vehículo, solo pensaba. Era una muchacha inteligente, resistirse sería peor, sería doloroso, decidió entregarse a pleno. Confió a Dios toda su vida, la dejó en sus manos. Lloró su última lágrima del día.

Volvió el pervertido hombre, llevaba traje. Podría describirse como un serio empresario. La llevó tomándola de los pelos hacia una una pequeña casa en la oscuridad que no se veía desde la ruta. Ella no se resistía, caminaba con rapidez para que no arrancara sus pelos, aunque esto era lo que menos le preocupaba. Llegaron a una habitación que tenía una tenue luz que provenía de la única lámpara colgada del techo. El hombre la arrojó sobre la cama con violencia, su cabeza golpeó contra un barrote. La cama era metálica, fría y el colchón fino, ella podía sentir los resortes de la cama debajo. El hombre no tardó en sacarse la ropa, su miembro estaba erecto. Se abalanzó sobre la cama, Mariana tenía la mirada penetrante, miraba al tipo como jamás había mirado a alguien. Lo atravesó, él lo sintió y ella logró sentirlo en su piel cuando él ya estaba sobre su cuerpo quitándole la ropa, arrancándola. La pollera pronto estuvo en el piso junto a la camisa que ya no conservaba sus botones. El corpiño y la bombacha no tardaron en llegar al mismo lugar. Conservaba las medias y los zapatos, posiblemente él ni lo notara. Mariana seguía sin resistirse, casi diría que se entregaba. Tuvo el atrevimiento de besarlo, fue un impulso de su cuerpo. Si eso sucedería ella quería que fuera lo menos violento posible. Casi se diría que el hombre la entendió. Siguió el beso, su legua llegó a la boca de la niña y empezaron a besarse, él lo hacía con violencia, ella trataba de hacer las cosas casi con naturalidad, sabía que así no dolería, menos marcas que esconder.

Era obvio que no alcanzarían dulces besos para contentarlo. Mariana sintió como el hombre entraba en ella, no gritó, de nada serviría, le dolía pero no caían lágrimas de sus ojos, quería demostrar fuerza. El hombre la corrió hacia donde él quería, por algunos momentos la besaba como en un principio, en otros le tocaba los pechos con fuerza, los apretaba y continuamente le pegaba. La expresión de Mariana era siempre la misma, la mirada fija en los ojos de ese hombre que acababa de robarle la virginidad, la boca cerrada con fuerza, la frente arrugada.

Pasaron las horas de sufrimiento, el hombre se fue, ni siquiera agarró su ropa y finalmente le dijo algo: “vístete y no te muevas de aquí, ya te vendré a buscar, si dices una palabra mueres”.

Mariana, exaltada, adolorida, tomo su uniforme y se lo volvió a poner, temblaba. Se sacó las medias y con ellas limpio la sangre que salía de sus partes íntimas. Mojó sus labios, ellos también sangraban, él los había mordido en varias ocasiones hasta clavarle los dientes. Escondió las medias bajo el colchón y se sentó en la punta de la cama más lejana a la puerta. No quiso pensar en lo sucedido, se dispersó mirando las marcas que se formaban con la madera del techo, algo que hacía desde pequeña cuando no podía dormir.

Debían haber pasado más de tres horas desde que se despidió de su amiga. Ni siquiera lograba recordar en que parte había perdido su mochila, tenía cosas importantes en ella, sabía que su madre debía estar preocupada, a demás al día siguiente había evaluación y no había estudiado, se había perdido la novela, nadie había alimentado al perro. Pensaba en superficialidades, no quería pensar en lo que acababa de suceder, sabía que lloraría y no quería mostrar debilidad. No había muchacha mas fuerte emocionalmente que ella, logró controlar lo que nadie jamás controló de semejante manera.

El pervertido hombre volvió con otra vestimenta, le apretó fuerte las muñecas y la llevó casi corriendo hacia el auto. Le tapó los ojos con un trapo sucio que sacó del baúl y la llevó en la parte trasera durante diez minutos. Frenó. Se bajó y la empujó hacia fuera a su lado y le dijo al oído: “sabes lo que sucede si hablas”.

Mariana volvió a escuchar la puerta, el motor del auto y el ruido finalmente iba disminuyendo. Destapó sus ojos, su mochila estaba a su lado, la calle estaba oscura, no había nadie por allí. Pronto notó que estaba cerca de su casa. Todavía temblando, en estado de shock caminó lo que quedaba de su recorrido.

Al abrir la puerta de su casa la madre se abalanzó sobre ella y la abrazó fuerte. Mariana tenía miedo de decir lo sucedido pero ya no podía callar, había estado sufriendo en silencio por horas. La madre la escuchó atenta, lloraba a mares pero Mariana seguía sin derramar una lágrima, seguía con la misma seriedad con la que esperó que su violador volviera a la habitación. La madre buscó su abrigo y la llevó a hacer la denuncia, no paraba de llorar.

Pasaron las semanas y el violador fue encontrado, Mariana había dado una perfecta descripción y todavía recordaba el auto en el que fue llevada. El hombre no se había molestado en huir de la cuidad, estaba shokeado, era la primera vez que hacía algo así y no había podido soportar la culpa que lo corría cada noche recordando la mirada de esa muchacha que no gritó, que no derramó una lágrima, que no cambió su expresión y que hasta lo había besado. No podía soportarlo. Antes de ser encarcelado pidió ver a Mariana, necesitaba hablarle. La madre de la muchacha no aprobó el encuentro pero Mariana, quien no había vuelto a sonreír desde esa tarde dijo que ella deseaba verlo.

Obviamente el encuentro no fue privado, muchos policías, la madre de Mariana, abogados y muchos más estaban presentes.

El hombre lloró al verla. Mariana mantenía la mirada firme, la expresión en su cara. Solo aquellos que estaban cerca de ellos lograron escuchar la conversación en la que el violador le pidió disculpas a Mariana, algo único hablando de estos casos, y le dijo que jamás había conocido una muchacha así, que no podía perdonarse lo que había hecho, que cada día se sorprendía mas de la fuerza que había tenido y tantas otras cosas que parecía que Mariana no estaba escuchando hasta que al final su expresión cambió, esbozó una sonrisa y le dijo con una voz fuerte y clara que no se le había escuchado hasta el momento: “ahora yo no solo recupero mi sonrisa, también me llevo la tuya y a cambio te entrego mi dolor y mis lágrimas, sufre”

El hombre comenzó a llorar desesperadamente y gritaba frases a Mariana, que seguía sonriendo y se retiraba por la puerta. Un especialista se acercó a ella y le explicó que él tenía serios problemas desde pequeño, que estaba traumado con las mujeres y necesitaba hacerlas sufrir porque era lo que su madre había hecho con él, encontraba la felicidad en la debilidad de ellas, pero que al encontrarse con una muchacha con tanta fuerza y tanta contención de sentimientos se chocó con una realidad que creía inexistente y ya no podía soportar seguir viviendo, creía que jamás encontraría la venganza que buscaba, había intentado suicidarse varias veces desde aquel día. Mariana no dejó de sonreír a pesar de haber escuchado eso.

Jamás dejó de sonreír, recordaba aquella tarde cada día, pero no le traumaba, la hacía recordar la fuerza que tenía y le hacía sonreír saber que podía derrotar a un adulto de semejante manera. Había encontrado en la venganza de otro la venganza hacia el otro.

Había perdido su virginidad de una manera violenta, pero ya no tenía nada que temer, podía vivir sin miedos.

Julia Turner

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